LA SANGRE SOBRE EL PECHO
Esa
noche, Máximo siente cómo la lluvia moja todo su traje negro de etiqueta, solo
a la intemperie de la melancólica oscuridad del cielo de junio. Con sus ojos en
llamas, eleva el sus piro al universo, esperando que este drene por sus venas
una paz reparadora para su ser. Piensa: «Quiero habitar un mundo donde no
existan los años». Máximo no soporta su finitud, esto no quiere decir que él
desee ser un inmortal entre tantos seres que se creen transcendentes. Siente
que lo efímero es agobian te, corporiza esa nada que queda luego de los actos. «
¿Qué acontece luego de la acción? La nada misma.» se responde en su mente. Sí,
una nada que nada por las hendijas de la siguiente aventura, o peor aún, de la
siguiente nostalgia que va a azotar a su cuerpo, una nada que también es
creadora y que para el joven implica momentos de angustias.
Es
un humano inconforme, más bien vacío de amor, una frustración para él. Enojado
por los no es que el universo le sentencia. ¿Qué es ese no para el muchacho
fastidioso? Puede él encontrar significado en que los días de esta finita vida
se le presentan con una intensidad tal, que la idealización de lo fu turo, de
lo deseado lo corrompe, y es desestimado por el sujeto de deseo que le impone
su no a decisión y sentir; no acepta no tener el control de las cosas y el
fracasar en su deseo tal y como se lo imaginó.
Su
padre le contó que alguna vez un filósofo encomendó una de las tareas más
difíciles que jamás les había pedido a sus discípulos: la tarea de conocerse a
sí mismos. Muchos de sus seguidores tomaron la tarea como un chiste de parte de
su maestro, a lo que el gran sabio solo respondió con extrema seriedad en las
siguientes palabras:
―No
vuelvan hasta que se hayan conocido a sí mismos expresó el sabio, sin más.
―No
nos hace falta conocernos, sabemos los designios de los mismísimos dioses, los
interpretamos, los damos a conocer ―contrarrestó uno de sus discípulos.
―contrarrestó
uno de sus discípulos.
―Así
es, maestro. ¿Qué más nos hace falta saber si no es la lógica de cómo se rige
el mundo? ―esgrimió otro de sus discípulos.
El
maestro escuchó atentamente los alegatos y se dispuso a caminar por todo el
lugar para mirar uno por uno a sus estudiantes.
―Entonces,
todo aquel que se conozca a sí mismo respóndame lo siguiente:¿Quién soy cuando
la perversa verdad, cuando la voluntad de la verdad nos seduce a correr más de
un riesgo y nos interpela sobre qué cosas existen en nosotros cuando nos
preparamos para la muerte? ¿Quién soy yo ante el socorro de nuestra mente y el
placer de nuestro cuerpo que nos llama al goce eterno? ¿Están preparados para
navegar en su mar de oscuridad cuando llegue la hora de recurrir a sus
instintos más básicos que anulan la teoría?
El
anfiteatro quedó en absoluto silencio, ninguno de sus discípulos emitió gesto
ni palabra alguna.
―No
vuelvan, a menos que se hayan conocido así mismos―esas fueron las últimas palabras
del sabio antes de retirarse de la clase.
La
historia cuenta que pasaron meses, e incluso años, hasta que uno de ellos se
dignó a volver rendido ante los pies del sabio.
―Maestro,
muchos de sus discípulos no pudieron resistir el peso de su ser y terminaron
con su existencia; yo no vengo aquí para decirle que cumplí la tarea, solo
vengo a reconocer mi ignorancia de la vida que los dioses me dieron ―dijo el
discípulo de aspecto harapiento y desnutrido mentalmente.
Ese
día, su padre culminó el relato diciéndole:
―Para
emprender esta tarea milenaria y filosófica, inmólate, nace y renace así, en un
constante ciclo, hasta que sepas quién eres y de qué forma vas a contribuir a
la causa mayor de la evolución de la humanidad. No me hables hasta que lo
sepas.
Máximo
en ese entonces tenía dieciocho años, y esa fue la última charla que tuvo con
su padre. Lo llevó a guardar un silencio hasta el día de hoy. El joven durante
toda su vida vivió con incertidumbre, al igual que con una gran intensidad. Su
mayor miedo, quedarse solo consigo mismo sin conocerse, le valió varios dolores
de cabeza y malas decisiones. Fue un buscador de algo de amor para calmar su
fuego, pero lo que encontró fue solo una muletilla. Quiere llenar su vacío,
pero no sabe cómo.
La lluvia lo empapa por completo. Se toma el
pecho, le duele, sumado a unos retorcijones en su estómago que lo colocan en
posición fetal en el suelo, tiene arcadas, quiere vomitar algo, pero no sabe lo
que es, se queda sin aire y se desvanece en el letargo de la nada. ¿Qué es ese
algo que no puede canalizar o secretar? ¿No será más que el ente regulador de
nuestras vidas? El miedo.
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