DEL MISMO BARRO

 

Espera con paciencia mi cadáver

de difunta. He muerto por dolencias

metafísicas y no terrenales. Pobre

de aquellos que dicen amarse y se hieren en

silencio. No me queda más que perecer en el

letargo de una nada sombría. Para luego

renacer en mis pecados de nuevo…

J.M

La muerte temprana, pero no sorpresiva, de Juana Manceda sacudió cada rincón de la Patagonia. Hija mestiza de un español marinero de barco de aspecto albino, y de una mujer Tehuelche. Un amor no correspondido, parece ser que si de amores hablamos, lo no “correcto” persiguió en mal augurio a esta familia. Sus padres fallecieron cuando ella tenía 14 años.

El destino le deparó malas pasadas a la híbrida de sangre y estética. Esclavitud forzada por años, maltratos de madronas y patrones de campos. A los 23 años, huyendo de esa fatídica vida, conoció a Quimey, una mapuche que andaba sin rumbo por la provincia de La Pampa. Juana le tuvo que contar sus raíces, para que ella le creyera que tenía sangre originaria en las venas, así como también sangre de conquistadores y asesinos.

Para ese entonces, Quimey era buscada por bandida rural, saqueaba estancias de ricos patricios unitarios, cuatrereaba ganado y degollaba por encargo. Toda una celebridad por la zona. La primera vez que se vieron fue en el barro de una lluvia intensa que las acobijó. Tenían hambre, estaban a la intemperie cuando comenzaron a pelear sin tapujos por unas sobras de carnes, a las afueras de una pulpería frecuentada por gendarmes.

Quimey tenía 22 años, de pelo largo hasta la cintura, lacio color negro azabache, cejas bien gruesas, nariz pequeña, orejas medianas, flaca con las patas largas y mirada llamativa. La riña se extendió hasta las puertas del bar. En cuestión de milésimas irrumpieron violentas dentro de la pulpería agarrándose de los pelos. Cuando chocaron contra la barra, ambas se percataron del ambiente.

Cinco gauchos borrachos y dos gendarmes las miraron detenidos. La música criolla mermó para darles todo el protagonismo. Los oficiales de la ley se dieron cuenta de quién era la forajida. No tardaron en darse a su captura para cobrar la recompensa.

En un acto de lucidez, Quimey le partió una botella de Ginebra al primer milico que la quiso tocar, con los vidrios rotos, le corto la yugular al segundo manchando de sangre toda la cara de Juana. Esta no dudo en rematar al primero con una botella de vino, provocándole la destrucción total de su cara.

Carteles de se busca por todo el país decoraban bares, teatros y calles de las grandes ciudades en formación. Esa noche se dieron a la fuga y se escondieron en una tapera de campo abandonado.

Se fueron conociendo al pasar las horas. Allí fue cuando la pura sangre originaria le conto el mayor de los “crímenes” que había cometido. El que le valió la condena perpetua de una persecución sin cuartel.

-Fui esclava en un campo a los once años de edad. Una noche me escape a pasear y cuando volví al establo…, encuentre al estanciero con mi hermanito, tenía una soga en su cuello, los dos estaban desnudos. Llegue demasiado tarde.

Sus ojos se llenaron de lágrimas a borbotones.

-No hice nada más que mirar como terminaba con la vida de él. No me anime a meterme. Ese será siempre mi pecado capital, el de cobarde.

-No te culpes, eras una niña. – Juana trató de calmar su culpa.

-Dos noches después, me metí a la habitación del estanciero. Lo observe escondida como dormía con su esposa, en un rincón donde la luz de luna llena no tocaba. Luego, con una navaja cacera que hice, primero la abrí de punta a punta a ella, que sabía muy bien lo que él hacía en las noches de establo. Me posé sobre el degenerado y le hundí los ojos con mis manos, mientras su sangre pintaba mi cara.

Juana no emitió palabra, trago saliva. Los días fueron pasando hasta que de pronto transcurrieron meses juntas. Los carteles abundaban y las obras de teatro de sus andanzas eran interpretadas por la compañía de los hermanos Podestá.

En un atardecer friolento, las mujeres entrelazaron sus cuerpos, se besaron en cada parte. Se abrazaron, se amaron. Tendidas en el suelo de la noche Patagonia continuaron haciendo el amor sin parar, el goce de placer coronó la melancólica soledad de esos cuerpos amantes.

Dos años después… 

Listas para atracar una diligencia, las bandidas rurales esperaron al costado del camino. La hora del asalto llegó y obtuvieron cientos de pesos como botín, que repartieron entre madres solteras.

La ley no se quedó callada al respecto, organizando la búsqueda y captura más grande conocida hasta ese entonces. Las encontraron por sorpresa, con la panza llena luego de una comida intensa, durante un día de otoño cuando las hojas de los arboles ya no les daban más protección. Las ataron a un árbol para torturarlas, Juana veía como la milicia golpeaba a su compañera sin poder hacer nada. Les dedicaron un rato largo, hasta que las soltaron a campo travieso. 

Quimey hasta el último momento lucho contra sus verdugos. Juana se desmayó, su cuerpo no aguanto los golpes. La milicada la dio por muerta al instante.

La brisa otoñal hincó en el rostro sucio y demacrado de la mestiza. Los abrió lento, con dolor, la noche la recibió con el cuerpo desnudo de su mitad, colgado de las piernas en un árbol. Se arrastro hacia ella, se puso de pie como pudo.

Las lágrimas lavaron los pies moremos y llenos de tierra al pasárselos por su cara doliente.

 

… espera con paciencia mi cadáver de difunta.

En tu mirada podía ver las montañas más nevadas

en esas noches. Con la yema de tus dedos me tocabas hasta

lo que no sabía de mí. Pido a los santos criollos que me

den la fuerza para hacer carne con el fuego de tu pureza…

J.M 



Un año más tarde…

En un pequeño destacamento militar. Los gendarmes se divertían tomando y comiendo como auténticos jerarcas romanos. El banquete que se dieron quedara en los cuentos del viento para siempre. Pues lo que les pasó a continuación, de nuevo fue motivo para que los Podestá se llenaran de plata.

La iluminación del sitio se apago por completo. Los hombres entraron en guardia al instante. Uno de ellos aseguro ver la silueta de una mujer vestida de negro. En las afueras del lugar una brisa de ensueño, infernal, extinguió todo el fuego. Pasos a toda velocidad se escucharon de varias las direcciones que se hicieron eco en la nada total. Uno a uno fueron cayendo los asesinos de su amada. La sangre brillosa iluminaba apenas la mirada de la siguiente víctima. Disparos hacia la oscuridad destellaban mientras el facón afilado de Manceda penetraba la cuenca de sus ojos.

Desafortunadamente en una de esas ráfagas, una bala perdida, calo en el abdomen de Juana. Sin importar lo sucedido, ella siguió blandiendo el fino metal que les hizo probar en sus lenguas al ser desprendidas de sus bocas…

Después de tremenda contienda, ella se fue caminando sin rumbo alguno por la Patagonia. Cada paso que dio, término siendo el  motivo para que su sangre abandonara su cuerpo sufriente.

El amanecer la sorprendió sin previo aviso.

 

Espera con paciencia mi cadáver de difunta.

Me dejo consumir por los recuerdos a tu lado.

Ellos me darán la paz que necesito.

Si existe ese lugar del que tanto me hablaste…

enfilo hacia allí sin pensarlo, para que de nuevo

nos volvamos a tocar con nuestro silencio.

J.M


 

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